martes, 21 de enero de 2014

Evangelios Vivos

Cada 22 de diciembre nos sorprende cuando tenemos mucho para decir y no sabemos cómo.

Y es que relatar en unas pocas líneas lo que sentimos por quienes incansablemente dan lo mejor de sí para formarnos como hombres y mujeres de bien, resulta complejo.
Sobre todo si debemos competir con aquella excelente sentencia del pedagogo José de la Luz y Caballero, que en apenas unas palabras resume la esencia de la verdadera educación: Instruir puede cualquiera. Educar solo quien sea un evangelio vivo.

La historia demuestra que el maestro es el ser más enamorado de su vocación, instruye con rigor y ternura tanto el pensamiento como los sentimientos, quien a pesar de los años, deja en sus discípulos un recuerdo imborrable, la más recurrente evocación.

Apenas unas jornadas de celebraciones cada diciembre, no retribuyen lo mucho que un pedagogo hace durante toda una vida, por la educación de varias generaciones.

Cuánto mundo descubierto cada mañana, tarde o noche, cuánto conocimiento compartido, convencidos de que los pueblos se mejoran cuando sus hombres y mujeres son cultos y virtuosos.
Con estas líneas solo pretendo hacer público el reconocimiento infinito a aquellos que día tras día depositan en cada persona toda la obra humana antecedida.
Ustedes que cumplen con el sagrado deber de ser útiles a los demás, ennoblecen el ejercicio de enseñar y educar, y han escrito páginas gloriosas e imborrables para la educación cubana.
Sin la savia que cada día regalan, no hubiera sido posible inmortalizar la imagen de aquel joven, con apenas 16 años, no reparó en el peligro y gritó: Yo soy el Maestro, ejemplo para los miles de jóvenes incorporados a esta labor.
Por eso, recuerdo un sinfín de nombres que  para mí tienen un significado especial. A ellos, los que están y los que ya partieron de este mundo gracias sencillamente por todo.


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